Aunque la iconografía y la estética cristiana en la alquimia medieval occidental puede asociarse a un intento de armonización con el entorno además existieron otras causas, no se sabe que tan antigua puede ser la tradición, pero documentalmente puede restearse hasta el Egipto helenístico, el gobernado por los griegos durante la dinastia ptolemaica.
La filosofía, ciencias, y doctrinas paganas entre ellas la alquimia fueron expulsadas de la Alejandría durante los primeros siglos del cristianismo romano, refugiándose primero en la academia de Atenas y luego huyendo de nuevo emigraron a al cercano oriente, estos conocimientos sobrevivirían en Oriente duran siglos hasta que por medio de distintas vías como la presencia de la cruzada en tierra santa o el califato omeya en la península ibérica o los comerciantes aventureros financiados por ricos mecenas que llegarían a Europa occidental en la edad media.
Los únicos con suficiente formación lingüística, filosófica, teológica para traducir con propiedad aquellos misteriosos textos eran los clérigos, especialmente clero regular y no tanto el secular, fue una tarea que atrajo mucho a los monjes siempre mas predispuestos al misticismo que los sacerdotes y obispos.
ALQUIMIA Y ORDENES MONASTICAS
Un dato que importante es que la eclosión de la alquimia en el occidente medieval coincidió con la época de esplendor de las órdenes monásticas, y esto no fue casual, quizás el ejemplo más conocido fueron los templarios, que eran monjes guerreros, pero hubo muchos más.
Las órdenes monásticas fueron fundadas para consagrarse a la vida contemplativa, y sus principales influencias fueron muy significativas: los ermitaños, los primeros cristianos y, muy especialmente, la vida de Cristo, el proceso vital de cristo.
En las bibliotecas de estas órdenes, los fraters (como se llamaban a sí mismos los monjes) guardaron los libros del arte oculto que llegaban desde el exterior de la burbuja católica y, con el tiempo, los tradujeron y los estudiaron.
Por supuesto, la sabiduría que buscaban los monjes en estos textos antiguos era directamente proporcional a su sesgo religioso; es decir, tenía sentido en la medida en que les servía para confirmar su fe, su misticismo cristiano, y por supuesto desde esa óptica fue que la interpretaron y la adaptaron.
OPUS MAIUS
Los primeros alquimistas europeos de los siglos X y XI fueron monjes que creyeron ver cómo el misterio crístico se reflejaba en la transmutación de los metales, un claro ejemplo fue el primer protoalquimista occidental en publicar una obra: el monje franciscano Roger Bacon, quien en 1267 publicó el tratado Opus Maius (la Obra Mayor), un volumen inspirado en las obras de Aristóteles, los musulmanes Avicena y Averroes, y toda la alquimia árabe que había recolectado y traducido.
De hecho, Bacon fue removido de la cabeza de la rama científica de la orden franciscana y, en 1278, fue encarcelado durante 10 años por practicar y difundir la alquimia árabe.
El historiador de las religiones Mircea Eliade, que investigó mucho sobre el tema, escribió lo siguiente:
“Es el drama místico de Cristo (su nacimiento, su vida, su muerte y su resurrección) lo que se proyecta sobre la materia para transmutar, en definitiva, el alquimista trata a la materia como el Dios que muere y renace (Dioniso, Osiris, etc.) era tratado en los misterios de la antigüedad, aquí las sustancias minerales nacen, sufren, mueren y resucitan a una nueva forma de ser”, es decir, son transmutadas, la transmutación alquímica equivale, por ello, a la perfección de la materia o, en los términos cristianos que empleaban los monjes, a la redención.
ARTE ROMANO Y GOTICO
Esto podemos verlo en el arte románico y gótico, que fue la manifestación externa de esos conocimientos secretos que maduraron en los monasterios, las creaciones artísticas y litúrgicas de aquella época eran obras encargadas, hechas y/o dirigidas por monjes y los que diseñaban los templos y escogían sus ornamentos, es decir, los arquitectos, los maestros constructores y los monjes, eran iniciados en aquellos conocimientos secretos.
En las ciencias y las artes medievales existió un gran poder iniciático, y por esta razón ni la ciencia ni las artes tenían nada de popular: eran para el clero, los nobles, y por supuesto los científicos, artistas y constructores que trabajaban para ellos.
También es importante recordar que en aquella época aparecen las novelas artúricas, que traen consigo el misterio del Santo Grial, considerado como la copa que Jesús utilizó durante la Última Cena y con la que más tarde José de Arimatea recogería la sangre del Salvador, “El Grial”, alegóricamente hablando, no es distinto del cáliz con el que se consagra el vino en el ritual sacrificial de la misa, el vino es la sangre de Cristo, pero en la antigüedad también era una referencia a otro dios que murió y renació: Dioniso, así fue que la leyenda del Grial devolvió al sacramento un sentido iniciático y misterioso muy antiguo, por lo tanto, los caballeros del Rey Arturo aludían alegóricamente a guerreros espirituales, a héroes que buscaban la fuente de la vida verdadera.
PARZIVAL
Wólfram von Eschenbach, en su poema épico Parzival de 1205, una de las obras artúricas más famosas, escribe lo siguiente:
“Unos valientes caballeros moran en el castillo de Montsalvat, el Monte de la Salvación, donde se guarda el Grial, estos son los templarios, que a menudo cabalgan lejos en busca de aventuras, y quiero deciros con qué se sustentan: todo lo que les sirve de alimento les viene de una piedra preciosa que en su esencia es toda pureza, por la virtud de esta piedra, el fénix se consume y se convierte en cenizas, pero de esas cenizas renace la vida, el fénix realiza su muda para reaparecer en todo su esplendor.” (Está hablando metafóricamente del Misterio Crístico.)
“Desde el día en que esta piedra se les aparece, los hombres y las mujeres recuperan el aspecto que tuvieron en una época pasada de plenitud.” (se está refiriendo a Adán y Eva.)
“Esta piedra también lleva el nombre de Grial.”
AURORA CONSURGENS
La alquimia medieval occidental se vistió con ropajes cristianos, y los textos alquímicos medievales hablaron de lo que se llamó el “Misterio Crístico”, entre estos textos hay uno que destaca sobre todos: el iluminado Aurora Consurgens (El amanecer naciente).
Este es un tratado alquímico medieval que originalmente se atribuyó a Santo Tomás de Aquino, actualmente se sabe que esto es falso, y se adjudica a un autor anónimo denominado Pseudo-Aquino, aunque esta es la versión oficial, lo más seguro es que se tratase de un colectivo secreto, posiblemente de monjes iniciados, y no de una sola persona.
El Aurora Consurgens se hizo público en el siglo XV, aunque todo parece indicar, por el estilo y la factura, que el manuscrito original sería de mediados del siglo X, de hecho, el hallazgo del manuscrito tiene una historia muy curiosa, cuando en 1930, Carl Gustav Jung empezó a interesarse por la alquimia y leyó una recopilación de textos antiguos realizada en 1590 por Conrad Waldkirch, titulada Artis Auriferae (El arte del oro).
Esta recopilación contenía el Aurora Consurgens, pero Waldkirch suprimió la primera parte argumentando que las constantes yuxtaposiciones entre las Sagradas Escrituras y la alquimia desprestigiaban la sacralidad de la revelación, entonces Jung rastreó la parte censurada y la halló en forma de manuscrito en la biblioteca de Zúrich y terminó siendo que la primera parte del Aurora Consurgens ha sido la más estudiada, ya que es el ejemplo vivo de la fusión medieval entre alquimia árabe y cristianismo.
Esta primera parte consiste en un pequeño tratado donde se contrastan citas bíblicas con operaciones alquímicas. También se explica que el título se debe a que la aurora aparece al final de la noche y al principio del día: la aurora es la madre del Sol, y por lo tanto el fin de toda tiniebla, el supuesto autor dice que la aurora es la madre del Sol filosófico, como María es la madre de Cristo.
En el capítulo XI se refiere a la resurrección y la explica de la siguiente manera:
“Quienes operan según la vía recta convertirán la muerte en vida; morirán como Adán, pero revivirán como Cristo. Adán y sus hijos han tomado su principio de los elementos corruptibles, por lo que necesariamente el compuesto se corrompe, pero el segundo Adán, el hombre filosófico, nace de elementos puros y pasa a la eternidad, lo que está formado por una esencia simple y pura permanece eternamente.”
En el tratado también se explica el misterio de este nuevo nacimiento, identificándolo sin ningún velo como el final de la gran obra.
Recordemos que, tras la alegoría de la transmutación de los metales, los alquimistas escondieron cómo se produce la regeneración del individuo y cuáles eran los pasos que, siguiendo la sabiduría divina, conducían al núcleo esotérico de toda religión.
Ahora bien, cuando a principios del siglo XV los manuscritos alquímicos medievales conocieron la imprenta, fue cuando se incorporaron los grabados tradicionales como una sublimación del sentido oculto del texto. Por ejemplo, el frontispicio del Rosarium Philosophorum representa a seis filósofos reunidos ante un fuego. Sobre ellos hay unas filacterias con diversas escrituras:
“Disuelve en agua nuestra piedra. Posee un espíritu, un cuerpo y un alma. Cocina y encontrarás lo que buscas.”
La primera divisa, Solve et Coagula, explica en lenguaje alquímico lo que teóricamente corresponde a la muerte y resurrección, el solve (disolución) es el primer paso de la realización de la gran obra: se ha de disolver la materia prima para separar lo puro de lo impuro, y después se ha de coagular, es decir, dar la forma definitiva.
Al final del libro, el autor cita a Hermes Trismegisto y dice:
“Nuestro hijo, que está muerto, vive y emerge como el rey del fuego. Él se regocijará de la boda y las cosas ocultas aparecerán. Nuestro hijo vivificado se vuelve un guerrero por medio del fuego y supera la tintura.”
La serie de imágenes que constituyen el conjunto parecen ser explicaciones alegóricas de los procesos de unión de los dos principios fundamentales: el Rey Sol y la Reina Luna. Estos monarcas mueren y vuelven a la vida, y el resultado final de dichas operaciones se representa en la imagen de Jesucristo resucitando del sepulcro.
Aqui se encuentra un punto que suele verse muy seguido en la historia comparada de las religiones: en este caso, la revelación de Cristo no es más que la renovación de un secreto divino olvidado en las arenas del tiempo, en los distintos cultos, cada profeta renovó la revelación y los adeptos la mantuvieron para los buscadores venideros, pero pareciera que siempre es el mismo secreto, aunque los símbolos y los ritos puedan cambiar, el tema es que muchos grupos se adjudicaron ser los primeros en conocerla, lo cual es irónico si tenemos en cuenta su antigüedad.
En el mito de Osiris tenemos un buen ejemplo de cómo la encarnación divina, la muerte y el misterio de la resurrección son las bases de este tipo de misterios y aunque es incomprobable, se ha dicho que el propio Jesús fue instruido en esta religión durante una hipotética estancia en Egipto, una religión donde Osiris fue el Cristo que volvió a encarnar para enseñar el camino del retorno a la Fuente a los humanos.
George Ripley fue uno de los alquimistas que mantuvieron viva la identificación medieval entre la piedra filosofal y Cristo. Este alquimista inglés del siglo XV viajó a Roma para aprender el arte, y de hecho fue uno de los favoritos del Papa Inocencio VIII, en Roma le fue transmitido el misterio inicial de la gran obra, es decir, las nociones de materia prima y los modos operativos básicos, ya en 1478 volvió a su tierra en supuesta posesión del secreto de la transmutación.
Entre los textos y diagramas de Ripley destaca la famosa “rueda de los elementos”, donde se describen las distintas operaciones alquímicas como la rotación de los cuatro elementos; es decir, la forma y manera en que estos se van combinando para lograr la piedra filosofal.
En esa rueda también se encuentran asimiladas las cuatro fases de la vida de Cristo, a su vez son los cuatro periodos del proceso vital de Cristo como las cuatro fases de la piedra: nigredo, albedo, citrinitas y rubedo, se corresponden, en el esquema de Ripley, a los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones y los cuatro elementos, lo que simboliza una reunión de todas las correspondencias cósmicas.
De este modo, la práctica del arte o por lo menos como fue interpretada por aquellos inductores medievales, enseñaba el misterio crístico mediante el lenguaje hermético, por ejemplo, la representación de Cristo como Maestas Domini o Pantocrátor, el Cristo en majestad o el Cristo todopoderoso fueron los temas iconográficos centrales de las obras del arte románico y gótico.
Estas representaciones de Cristo en templos y libros se caracterizan por mostrarlo rodeado por cuatro animales: es el famoso Tetramorfo, es muy importante que esta imagen tiene su origen en Egipto en el siglo V, pero desaparece hasta ser retomada por el románico en el siglo X, con el comienzo de la época de esplendor de las órdenes monásticas.
Los cuatro animales del pantocrátor maestas domini y tetramorfo que rodean al cristo triunfante, exotéricamente se corresponden con los cuatro evangelistas y esotéricamente con los cuatro signos zodiacales que se encuentran en el centro de cada una de las estaciones del año, todavía hay una capa de lectura adicional, los elementos que representan;
El cristo se encuentra fijado a la cruz del zodiaco y los elementos, esta crucificado al mundo físico, asi el toro de Lucas tauro en el punto centrar de primavera, el leon de Marcos corresponde a Leo en el punto central del verano, el águila de Juan es el símbolo identificado con escorpio en el punto central del otoño y el hombre que representa a mateo se identifica con el signo de acuario en el punto central del invierno.
Aunque la relación más importante es la correspondencia entre los evangelistas y los signos con los cuatro elementos, Tauro a Tierra, Leo a fuego, Escorpio a Agua, Acuario a Aire, cuatro elementos que en la tradición alquímica se consideran la semilla de toda creación.
Los cuatro evangelistas tienen el mismo simbolismo que los cuatro ángulos de la figura de Ripley y se corresponden también con los cuatro periodos del proceso vital de cristo y los cuatro procesos alquímicos de su sistema, nigredo, albedo, irisación y rubedo, por lo que para los primeros occidentales que tuvieron acceso a esta tradición el misterio de la alquimia fue interpretado como el mismo misterio que enseñó Jesucristo.
A finales del siglo XV el capellán Nicolaus Melchior Cibinensis, escribio un tratado comparando el proceso de la gran obra con la misa, en la que dijo:
“los salmos que se cantaban en el introito de la misa representaban la disolución de los muertos, que deben disolverse no en agua de lluvia sino en agua mercurial, de la cual nace la verdadera piedra filosofal, sin el don de la majestad divina no hay ninguna posibilidad de encontrar a la piedra filosofal o cristo”