INTRODUCCIÓN MERCURIO
El Mercurio desempeña un papel central y enigmático en la tradición alquímica y hermética en general, es un principio multifacético al que se le atribuyen diversas propiedades encriptadas en un código simbólico oculto, los antiguos alquimistas reconocían en él una fuerza universal capaz de unir los extremos de la existencia, la “coincidentia oppositorum” o unión de los opuestos, es una de las figuras simbólicas más ambiguas, ya que es metálica y a la vez líquida, es veneno y es remedio, es materia pero también espíritu, en definitiva, es un símbolo que une todos los opuestos porque esa es su función última.
Esta naturaleza dual y fluida del Mercurio lo hizo uno de los conceptos más inasibles del esoterismo, y si bien las ideas o interpretaciones del Mercurio pueden ser fluidas, los sabios herméticos siempre, de una forma u otra, lo vincularon con la idea de la transformación total, como el principio y el fin de la gran obra.
INTERPRETACIONES DE MERCURIO
A lo largo de la historia, muchos filósofos alquímicos han creado, siguiendo como único canon a los principios herméticos, su propio sistema alquímico, o mejor dicho, han plasmado su propia visión de la alquimia y por eso, el Mercurio ha sido interpretado de múltiples maneras, volviéndose un concepto bastante complejo para el neófito.
Se habló de un Mercurio filosófico distinto del elemento metálico común, de un agua mercurial vinculada a la vida y al espíritu del mundo, o de un azot o azogue como principio mercurial en su forma más universal o total, y, como si fuera poco, de un Mercurio volátil que sube a los cielos y de un Mercurio fijo que desciende a la Tierra.
ORIGEN
La simbología del Mercurio en la alquimia tiene raíces en figuras mitológicas de la antigüedad que encarnaban atributos similares, gran parte de los panteones de la antigüedad estaban compuestos por caracteres planetarios, esto se remonta al comienzo de la historia misma, es decir, a la invención de la escritura y los primeros registros humanos, y por lo tanto, a la antigua Mesopotamia, donde la astrología no era un sistema simbólico, sino una parte fundamental de la estructura religiosa y política.
Los cuerpos celestes eran considerados dioses vivos, manifestaciones de divinidades que influían directamente en los acontecimientos de la Tierra, y dentro de este sistema, el planeta Mercurio tenía un rol muy particular, Mercurio era conocido como Nabu, el dios de la escritura y de las artes adivinatorias.
Este vínculo conectaba a Mercurio con las facultades intelectuales, pero también con lo perceptivo, es decir, tanto con lo concreto como con lo intangible, y ese es el espíritu mismo de Mercurio: el principio que une los opuestos.
Si la tierra y el cielo eran opuestos y Mercurio un nexo, en los mitos cumpliría el papel simbólico de mensajero entre el cielo y la tierra, el mensajero entre los dioses y la humanidad, un mediador, así que, desde el punto de vista astrológico, Mercurio-Nabu era asociado con la transmisión de mensajes divinos, especialmente en forma de presagios y con la interpretación de los signos.
Mercurio, debido a su movimiento en el cielo, era imaginado como una entidad rápida, fluida y luminosa, características que coinciden con su simbolismo posterior en la astrología helenística y luego en la alquimia medieval, esta capacidad para transitar entre lo visible y lo invisible, el día y la noche, reforzaba su papel como mensajero de los dioses y portador de conocimientos ocultos para quienes sabían interpretar sus señales.
El arquetipo de Nabu, como muchos otros, formó parte del proceso de intercambio cultural que se dio entre Mesopotamia, Egipto, Persia y Grecia, sobre todo en el período asirio-babilónico y más intensamente durante la época helenística, desde el primer milenio antes de nuestra era, Grecia estuvo en contacto con Mesopotamia a través de intermediarios como los asirios, fenicios y persas, absorbiendo conceptos religiosos, astronómicos y filosóficos que más tarde perfeccionaron.
Y aunque es imposible documentar una influencia directa, podemos verla reflejada en la evolución del Hermes arcaico griego, que pasó de ser una deidad protectora de los caminos y el comercio a tomar el papel del mensajero de los dioses, un nexo entre el cielo y la tierra.
Hermes se hizo famoso por su rapidez para moverse libremente entre el Olimpo, la Tierra y el Hades. Es decir, los griegos adoptan el arquetipo, lo sincretizan con su Hermes autóctono y lo profundizan aún más, transformándolo en un psicopompo, en un guía entre mundos.
Y un dato no menor: en los mitos tempranos griegos, Hermes no estaba asociado a ningún planeta. Esta vinculación ocurre recién cuando la astrología griega empieza a desarrollarse bajo influencias orientales y se sistematiza el esquema de deidades planetarias que culmina en la astrología helenística, que es una de las raíces antiguas del esoterismo occidental.
En este contexto, Hermes es identificado, por supuesto, con Mercurio, aunque los griegos llamaban a este planeta Stelbor, que en griego antiguo significa “el brillante” o “el pulidor”.
Cuando los romanos comienzan a asimilar elementos de la cultura griega, un proceso que se intensifica tras la conquista de la Magna Grecia, o sea, de las colonias griegas del sur de Italia, construyen su propio panteón y adoptan a Hermes bajo el nombre de Mercurio, que proviene de la raíz latina Merx, mercancía, lo cual refleja claramente la función comercial que esta divinidad cumplía en Roma, muy similar a la que tenía en la Grecia Arcaica.
Hubo una hibridación. Mercurio mantuvo los rasgos del Hermes Psicopompo en los misterios, pero en la religión pública se lo presentó como protector de los comerciantes y los viajeros, un rol muy necesario para una potencia en formación y, de hecho, para la expansión de su propio mito.
Y como los romanos también adoptaron el sistema astrológico griego, llamaron al planeta asociado al dios con su mismo nombre: Mercurius.
Pero también, debido a las conquistas de Alejandro Magno y el dominio griego en Egipto, las culturas griega y egipcia comenzaron a entrecruzarse profundamente, especialmente en la ciudad de Alejandría. Y ahí se generó un ambiente donde las fronteras entre religión, filosofía, astrología y misticismo se volvieron todavía más difusas.
En este contexto, Hermes se fusionó con el dios Toth, que era el dios de la escritura y la magia, es decir, llamativamente parecido al Nabu mesopotámico. El resultado de esta síntesis fue el Tothístico, la deidad planetaria de Mercurio, patrono de la sabiduría esotérica y de las ciencias ocultas que se estaban reestructurando y perfeccionando en aquel Egipto helenístico, entre ellas la alquimia y la filosofía hermética, y donde Toth pasaría a ser conocido como el tres veces grande: Hermes Trismegisto.
La figura central de la tradición hermética, el maestro primordial que encarna la búsqueda del conocimiento profundo sobre el cosmos, el ser humano y, sobre todo, las artes para lograr el vínculo entre ambos.
HERMETISMO
Por todo esto, el hermetismo en sí mismo no es otra cosa más que los misterios de Mercurio. Hermes Trismegisto es la figura esotérica que aportó al simbolismo del Mercurio la asociación definitiva con el conocimiento oculto y las artes de la transmutación. Es el arquetipo divino tras el principio mercurial principal y sus numerosas derivaciones.
Entonces, vemos que en distintas culturas antiguas —la griega, la romana, la egipcia y la mesopotámica, por nombrar algunas— surgieron figuras que hacían referencia al mismo arquetipo: el mensajero divino y el psicopompo, el nexo, el maestro de la ciencia tangible y la sabiduría invisible que transita entre los distintos planos de la realidad, un principio que conecta el intelecto divino y el intelecto humano, que une el cielo con la tierra.
Y todas estas ideas más tarde confluyeron simbólicamente en el Mercurio alquímico, dotándolo de un rico trasfondo mitológico, pero sobre todo simbólico. Porque ya ven que después de conocer su historia empezamos a…
SIMBOLISMO DE MERCURIO
Vemos que, en distintas culturas antiguas, la griega, la romana, la egipcia y la mesopotámica, por nombrar algunas, surgieron figuras que hacían referencia al mismo arquetipo: el mensajero divino y el psicopompo, el nexo, el maestro de la ciencia tangible y la sabiduría invisible que transita entre los distintos planos de la realidad, un principio que conecta el intelecto divino y el intelecto humano, que une el cielo con la tierra.