Jardín digital
El diseño y filosofía de esta pagina esta basado en la idea de jardín digital, citando el video ensayo de Alba Lafarga “Contra el algoritmo: cultivar jardines digitales en vez de likes”:
Los jardines digitales son espacios webs personales y en constante transformación, donde los usuarios pueden expresar y compartir sus intereses y conocimientos de forma abierta, pausada y reflexiva adaptando el espacio a aquello que quieran compartir.
Un jardín es como un campo cultivado con placer y no con fines comerciales, este modelo web es una forma más lenta, reflexiva y rica, alejada del consumo rápido y superficial. En este sentido, los jardines ofrecen una alternativa optimista frente a la desinformación y la saturación digital actuales.
Se trata de webs personales que pueden contener desde reseñas de libros, recetas y reflexiones, hasta obras de arte interactivas, se caracterizan por su flexibilidad y evolución constante reflejando el crecimiento y las ideas personales de sus autores, pueden modificarse siempre que sea necesario, con contenidos en diferentes estados de desarrollo y adoptar muchas formas, de ahí el paralelismo con los jardines.
El objetivo principal de estos espacios es utilizarlos como cuadernos digitales donde guardar de forma consciente y práctica todo aquello que nos encontramos en internet y que queremos tener a mano para usar más adelante, a diferencia de las redes sociales, no buscan el efecto viral ni la inmediatez, sino la profundidad y la creatividad. Así como la individualidad, que no rehúye la conversación colectiva, sino que de hecho la incentiva.
Sembrar en lo digital:
Un jardín implica tiempo, ciclos, transformación, no hay un producto final, sino un proceso de crecimiento, hay que cuidar lo que plantamos, regarlo, podarlo, dejar que algunas ideas mueran y que otras florezcan.
Llevando entonces la metáfora de los jardines digitales más allá, sería interesante pensarnos desde sus tiempos de crecimiento y cambio: tratar nuestras ideas como semillas y plantas que debemos ir regando y abonando.
La vita contemplativa:
En Loa a la Tierra de Byung-Chul Han, nos habla de cómo al dirigir la mirada hacia las plantas nos damos cuenta de otros ritmos de crecimiento y de cambio, nos inclinamos hacia el suelo para cuidar a otro no humano.
Mceller sobre su lectura a San Agustín de las plantas: “De una forma extraña y misteriosa San Agustín atribuye a las plantas la necesidad de que los hombres las contemplen, como si gracias a un conocimiento de su ser al que el amor guía ellas experimentaran algo análogo a la redención, implicando que el conocimiento no es ganancia, sino que es redención, rendirse hacia lo distinto.”
San Agustín: “El conocimiento es amor” en este sentido, de volcarse hacia un otro desinteresadamente, esta idea me parece bonita con el cuidado de los jardines, sobre todo de los físicos, pero ¿por qué no pensarlo también de los digitales?
Novalis decía que la naturaleza era un poema de la divinidad, hecha por dioses, y de la cual también somos miembros y sangre y no solo eso, sino que nos afecta como nos afecta el arte, como nos conmueve si es que no tenemos los sentidos absolutamente adormecidos.
Pensarnos en relación al entorno digital también es percibirnos como sujetos que necesitan diferentes ritmos, y abrir un espacio en el ámbito digital que nos permita vernos desde un sitio más pausado nos puede ayudar a encontrar formas de darnos tiempo para escribir, leer y pensar sin la atenta mirada de los algoritmos productivistas.
El derecho a las cosas bellas:
Reclamar el derecho a las cosas bellas, al asombro por el mundo, es liberarnos de las lógicas capitalistas del rendimiento para abrirnos a la inoperancia, que se nos pueda valorar más allá de la competencia, no queremos enamorarnos del trabajo ni convertir nuestro amor en una empresa.
No es tanto el derecho al descanso algo creado para que descansemos los cuerpos para volver con energías renovadas a nuestro sitio de trabajo, sino la gloria de la desocupación, el caso es que, dentro del sistema capitalista, siempre se ha denostado la pereza, el descanso o la holgazanería como afectos negativos, por lo que este estar horizontal, que se vuelve hacia lo que es otro y en ese gesto se disuelve su yo y su ego, realmente desafía la forma erguida y vertical que el sistema económico imperante nos impone.
Cuando desconectarse de internet es un privilegio y tener un jardín físico es casi imposible si no tienes propiedad o tiempo, el jardín digital se convierte en un espacio simbólico, una forma de poner en orden nuestras ideas, de cuidar lo que nos interesa, de crear sin rendir cuentas a nadie y sí, puede estar lleno de lo que algunos denominarían malas hierbas, pero esas hierbas también son parte del ecosistema de nuestra forma única de ver el mundo.
No basta con resistir:
A pesar de todo, sigue siendo difícil escapar de las lógicas productivistas cuando cualquier sitio web nos proporciona métricas de visitas y suscripciones, por supuesto, no significa que sea nuestra responsabilidad individual arreglar internet con pequeños gestos, no basta con que cada persona cree su jardín digital mientras las grandes plataformas siguen funcionando con opacidad y acumulando poder y es que no se trata de responsabilizarnos únicamente a nosotros mismos de resistir el internet-escaparate a través de los jardines digitales, por ejemplo, eso es solo una forma de salir del paso, una estrategia personal ante un entorno estructuralmente desequilibrado.
Es necesario que las instituciones exijan responsabilidades y cambios a las grandes redes sociales, que luchen contra el monopolio de los espacios digitales y que haya transparencia en la gestión de los datos y los algoritmos, hacen falta políticas públicas, regulación sobre los algoritmos, acceso equitativo a las infraestructuras tecnológicas y alternativas sostenibles al poder concentrado de las grandes empresas tecnológicas.
Pero mientras tanto, podemos empezar a migrar colectivamente hacia otros espacios, ese es el mismo espíritu que tienen los jardines digitales, aunque sean pequeños, aunque no lo lea nadie, es una forma de empezar a salir del escaparate, de recuperar el ritmo lento y de volver a estar en internet como quien pasea, u observa y respira.
Cultivar estos espacios más íntimos y personales no significa cerrar los ojos al contexto político y económico, sino abrir un resquicio para imaginar otra internet posible, una internet donde no todo tenga que ser medible, visible y rentable.
Crear un jardín digital puede ser tan solo una nota al margen de esta historia, pero también puede ser un gesto de cuidado, de resistencia tranquila y de reconstrucción cultural frente al ruido, la velocidad y el control algorítmico.